EUTANASIA, SUICIDIO ASISTIDO Y ENFERMEDAD MENTAL

eutanasia

El pasado 17 de diciembre de 2020, el Congreso de los Diputados aprobó la “Proposición de Ley Orgánica sobre la regulación de la eutanasia” (PLORE) que fue enviada al Senado para su tramitación. Este proceso finalizó el pasado 10 de Marzo y el 18 de Marzo pasó al Congreso de los Diputados para su aprobación definitiva. Desde ese momento, España es uno de los tres países, con Luxemburgo y Holanda que han legalizado las dos modalidades del «derecho a morir»: eutanasia y suicidio asistido.  El resto de países tiene legalizado uno u otro pero no ambos. La eutanasia es legal en Bélgica, Canadá, Nueva Zelanda y Colombia. Hace tres meses que Portugal despenalizó la eutanasia pero está pendiente del Tribunal Constitucional. El suicidio asistido está despenalizado en Suiza, Alemania, Japón y algunos estados de EE.UU. (Washington, Oregón, Colorado, Vermont, Montana y California) y algunos en Australia.

Antes de proseguir quiero reseñar que este texto lo redacto a título personal, en virtud de mi condición de “médico psiquiatra”. Esta tribuna no pretende revisar la PLORE. Me parece una ley farragosa, con una redacción complicada y que generará conflictos. Pero vivimos en un país donde he escuchado a prestigiosos penalistas afirmar que “los hechos son imperfectos”. Y de esos polvos no pueden salir mas que lodos. Pero sí que pienso que cualquier ser humano que sufra un enfermedad incurable, terminal, irreversible con un sufrimiento incoercible por los medios habituales tiene derecho a solicitar que se ponga fin a sus días, siempre que lo haga de forma totalmente autónoma. Soy más partidario de resolver los conflictos éticos, y el fin de la muerte es uno de los más serios, por la vía de la deliberación que recurriendo a la Ley. Pero esa es otra historia.

Del debate que ha acompañado la tramitación de la PLORE lo primero que me ha sorprendido ha sido la ausencia de debate. La terrible situación que atravesamos a causa de la pandemia puede justificar esto en parte. Pero me sorprende que colectivos sociales o asociaciones profesionales apenas han hecho acto de presencia en este proceso.

La PLORE que se aprobó genera confusión en varios puntos y no es tema fácil de abordar. Yo solo me referiré aquí al que más conozco y mas me preocupa: la relación de la PLORE con las personas que sufren enfermedades mentales graves y persistentes.Porque uno de los puntos confusos surge de que la PLORE  nunca se refiere explícitamente a los trastornos mentales. Pero en el artículo 5, punto 1d, señala como requisito para acceder el “sufrir una enfermedad grave e incurable o un padecimiento grave, crónico e imposibilitante en los términos establecidos en esta Ley, certificada por el médico responsable”.

EUTANASIA, SUICIDIO ASISTIDO Y ENFERMEDAD MENTAL

También en el artículo 3 se precisan las definiciones de “padecimiento grave, crónico e imposibilitante” y “enfermedad grave e incurable”, especificando que se considera como tal “la que por su naturaleza origina sufrimientos físicos o psíquicos constantes e insoportables sin posibilidad de alivio que la persona considere tolerable…”

La autorización de la “Eutanasia y Suicidio Médicamente asistido” (ESAM) a personas que sufren enfermedades mentales graves ha generado conflictos en los países donde se incluyen entre los grupos susceptibles de acceder a ella: Suiza, Holanda, Bélgica y Holanda. En cambio, EE. UU., Nueva Zelanda, Colombia y Australia no permiten esa posibilidad y Canadá la debate actualmente.

Este punto de la PLORE me produce preocupación y una notable desilusión con la respuesta del gremio. He leído algún posicionamiento al respecto bien teorizado pero que lo que trata es de, sin variar el contenido de la Ley, ser lo más garantista posible cuando, como psiquiatras, haya que tomar postura ante una persona con una enfermedad mental grave y persistente que nos pida acceder a la ESAM. 

Comparto los argumentos que los compañeros que han escrito al respecto exponen para extremar la prudencia pero me parecen insuficientes porque no van a la raíz del problema o porque eluden ciertas perspectivas del mismo. 

EUTANASIA, SUICIDIO ASISTIDO Y ENFERMEDAD MENTAL

Cierto que en las enfermedades psiquiátricas los términos “incurabilidad” e  “irreversibilidad” no tienen la misma connotación que en las enfermedades somáticas. Cierto que hay enfermedades psiquiátricas que, colateralmente, tienen una elevada mortalidad. Pero en mis 30 años de ejercicio profesional he visto cambios llamativos en pacientes desahuciados tras la etiqueta de una cronicidad que poco tiene que ver con la que aparece en otras enfermedades somáticas. Ninguna enfermedad mental, por muy dolorosa o incapacitante que sea, conduce de forma ineludible a la muerte. O sea, que en el caso de los enfermos mentales será difícil hablar de eutanasia y habrá que hablar de “suicidio asistido” y como tal lo considera la Asociación Americana de Suicidología. Porque incluso tras un suicidio asistido, el dolor de los familiares es tan intenso como el un suicidio no asistido. Y socialmente hemos concluido que la lucha contra el suicidio es uno de nuestros pilares asistenciales.

Me sorprende que entre los argumentos que se esgrimen para pedir prudencia con este colectivo no se empiece por el primero y principal: si mi cometido es curar, aliviar o al menos, acompañar en la angustia y el dolor a un enfermo grave, llevándole esperanza durante todo el proceso de tratamiento ¿Cómo me posiciono ante él si acepto la posibilidad de que solicite una ESAM? Porque en la ESAM hay una palabra que choca de forma abrupta con la práctica psiquiátrica: La A de la “Asistencia”. Esa “Asistencia” equivale a ayudar a un enfermo mental a suicidarse y eso, que yo sepa, nunca ha formado parte de la ética médica.

Una de nuestras funciones más importantes como psiquiatras es ayudar a pacientes con vidas durísimas, terribles. Porque si no estamos nosotros, ¿quién les ayudará? No entiendo a quienes comprenden o recomiendan ayudar a quitarse la vida a estos pacientes y que acusan de hipócritas a quienes siguen a su lado aún sin avances. La verdadera hipocresía profesional con nuestros pacientes radica en rendirnos, en dejar de intentar su mejoría por los medios que sea. 

Hay otras dos cuestiones que me parecen fundamentales. Me sitúo en la asistencia psiquiátrica en España y me pregunto: ¿De cuántos pacientes podríamos decir que han recibido todos los tratamientos posibles para sus problemas y en las mejores condiciones? De los pacientes oncológicos puedo decirlo, como de los enfermos renales o pulmonares. Pero ¿qué parte del presupuesto necesario para que las personas con enfermedades mentales reciban un tratamiento óptimo se adjudica? ¿cuántas personas con una depresión tienen acceso a todos los tratamientos disponibles y homologados para su sufrimiento? Se hace duro situarme ante tantos pacientes de toda España sabiendo lo poco que hemos conseguido en cuanto a recursos para su mejoría (¿puestos de trabajo? ¿alojamientos estables?) pero que ya tienen un derecho más: el acceso a la PLORE. ¿Les preguntamos como se sienten sabiendo que podrán irse de este mundo cuando deseen? Alguno habrá que se alegre pero en la mayoría puede agravarse el sentimiento de irrelevancia social que ya tienen. 

Por otro lado, ¿para que estudiaron los canadienses los gastos que se evitaban con la aplicación de la PLORE? El primer año de aplicación de la ley, 2016, se ahorraron 150 millones de euros.  También Holanda lo estudia año tras año. Y sabemos que hay colectivos muy desfavorecidos por discapacitados ¿Seguiremos avanzando socialmente a base de nuevas máscaras de hipocresía virtuosa?

En conclusión: A fecha de hoy no podemos saber qué enfermedad es incurable en ningún paciente psiquiátrico. Carecemos de los datos necesarios para afirmarlo con una mínima confianza, aunque algún compañero parece que puede asegurarlo.

Para mí prescribir un apoyo al suicidio en alguno de mis pacientes y a la vez trabajar activamente  en el Protocolo de Prevención de la Conducta Suicida me parece imposible. Solo sé de un caso similar. El que describe George Orwell en 1984 y que lee Winston Smith: “Doblepensar significa el poder, la facultad de sostener dos opiniones contradictorias simultáneamente, dos creencias contrarias albergadas a la vez en la mente. Decir mentiras a la vez que se cree sinceramente en ellas, olvidar todo hecho que no convenga recordar, y luego, cuando vuelva a ser necesario, sacarlo del olvido sólo por el tiempo que convenga…”. Y, toute proportion gardée, aquí me planto.

Dr. Juan José Martínez Jambrina

Juan José Martínez Jambrina

Médico Psiquiatra

Director del Área de Salud Mental de Avilés, Asturias

www.juanjojambrina.com

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